El paisaje de uno de los valles más espectaculares del mundo está siendo contaminado y dañado por el temido mar de plástico de los invernaderos, que colocados en un desierto como el de Almería, en España, quizás no constituya agresión al medio ambiente pero que situados en el valle de Constanza es un sin sentido tan grande (como si no hubiera otros lugares dónde colocarlos en la cercanía o en la lejanía), que no es posible explicar como toda una comunidad permita, sin reacción alguna, que la conviertan en ruina ambiental.
Los invernaderos en determinadas circunstancias son fuente de vida para algunos; destructores del hábitat y de las posibilidades futuras de ingresos y calidad de vida para todos los demás.
Para construirlos en Constanza se está removiendo la tierra fértil con aparatos mecánicos, sustituyéndola por caliche para que les sirva de base. Habrá que esperar decenas de miles de años para que esa tierra vuelva a ser lo que fue. Hasta se han destruido pequeñas colinas (¿autorizado por alguien?) por medio de explanaciones que las han dejado a nivel del horizonte.
Ahí no acaba todo.
Cuando se visita algunas zonas residenciales de Estados Unidos, llama la atención que sus patios, sin verjas de cemento, constituyen espacios abiertos que producen sensación de libertad y bienestar.
El valle de Constanza es un tesoro natural que, con mayor razón, debería ser preservado sin obstáculos visuales, tanto por su paisaje que cura males del alma como por el espectáculo multicolor del verde armónico de sus sembradíos que alienta y regocija el espíritu, en vez de ser dejado abandonado a que los intereses particulares lo conviertan en despojo y miseria, como está ocurriendo.
Las paredes de blocks y cemento que se están construyendo, cegando la vista del valle, son como estructuras demoníacas levantadas para cubrir la ignorancia de sus propietarios y exponer su nueva riqueza, sacar las vergüenzas a las autoridades y entes prominentes de la localidad y escarnio a sus ciudadanos.
De un tiempo acá, se ha permitido que a todo lo largo y ancho del valle se construyan, además de los horribles invernaderos y muros alucinantes, viviendas, almacenes, moteles a modo de adefesios, depósitos de materiales de construcción, y todo tipo de edificaciones, en una competencia por hacer dinero rápido urbanizando tierras que nunca debieron ser urbanizadas, y tapando el escenario majestuoso del valle, cuando hay otros lugares más apropiados para esas construcciones, pero a sus propietarios les resulta rentable hacerlo así.
Hasta se construyen escuelas públicas en pleno centro del valle provistas con verjas de blocks y cientos de metros de alambradas reforzadas con puntas afiladas, apropiadas para trincheras de una guerra que tal vez la presientan pero que todavía no existe, en vez de utilizar para esos fines el cascarón y el terreno del antiguo Hotel Nueva Suiza, dándole utilidad a lo que una vez fue muy apreciado.
No son sólo las empresas mineras las que dañan el medio ambiente y el futuro ciudadano, también lo hacen todos estos pequeños y grandes negocios con su afán de lucro, que manejan la propiedad privada como si tuvieran patente de corso para destruir bienes públicos. Y hasta el propio Estado, ¡por Dios! El propio Estado.
Debería crearse consciencia de que la propiedad privada no es legítima, si al realizarla o explotarla se daña el interés público. En esos casos debe convertirse en objeto de expropiación. Es necesario que esos inconscientes compensen las pérdidas sociales y reparen por completo el daño ambiental ya causado. Y también que se dicten normas sobre qué puede construirse y de qué modo en determinados lugares.
¿Se expropiarán esas tierras causantes del daño ambiental y se agregará una fuerte multa como pago por dicha expropiación? Y, ¿qué habrá de pasar a las obras construidas por el propio Estado infringiendo el equilibrio ambiental? ¿El Estado multinacional las expropiará?
Y tampoco acaba ahí la cosa.
Es verdad que algunos incendios forestales pueden resultar casuales, pero existe una sospecha muy bien fundada de que muchos de los que con tanta frecuencia ocurren en Constanza son provocados con toda intención bajo la creencia de que habrá impunidad, como al efecto luce que la ha habido, y muchos aseguran que la hay, y para crear potreros, conucos, o dejar el terreno preparado para convertirlo en solares suburbanos.
Con todo lo señalado, el encanto que producía contemplar la combinación de valle y bosque ha ido menguando y ahora cada vez más se tiene la perspectiva de ladera quemada, bosque chamuscado y paisaje árido, como si todos los demonios se hubieran conjurado para destruir lo que a la naturaleza le costó tanto construir durante milenios.
Y sigue sin acabar ahí la cosa.